Si algo ha revelado Chernobyl, la memorable serie de HBO, es el carácter hipnótico que la catástrofe ha adoptado en la memoria popular. La fascinación por todo lo que pasó durante aquella desgraciada noche de la primavera de 1986 va mucho más allá de lo estrictamente histórico.
Aquella madrugada del 26 de abril de 1986 el mundo tembló. Durante un prueba en la que se simulaba un corte en el suministro eléctrico de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin, un aumento súbito de potencia en el reactor 4 terminó provocando una explosión y un sinfín de acontecimientos apocalípticos.
Se estima que el número de elementos radiactivos expulsados a la atmósfera en Chernóbil supera 500 veces los emitidos por la bomba atómica de Hiroshima en 1945. Las víctimas directas de la catástrofe son oficialmente 31, pero las reales se cuentan per centenas de miles, incluyendo las 116.000 personas que perdieron sus hogares y su forma de vida tras la evacuación.
El estado ruinoso de Pripyat, la seducción del abandono y la decadencia, los héroes olvidados de Chernóbil, el resurgimiento de la fauna del lugar y, muy especialmente, todos los supuestos de lo que pudo haber sido y no fue… Su atractivo es difícil de explicar, pero lo cierto es que muchas personas encuentran algo de encanto en el hecho de contemplar el antes, el durante y el después del apocalipsis nuclear.
Para los interesados en fantasear sobre las catástrofes y el fin de la humanidad, Chernóbil es una figura capital: ¿Qué habría pasado, por ejemplo, si los vientos hubieran resuelto soplar hacia Kiev y no hacia los despoblados bosques del sur de Bielorrusia? ¿Y si los liquidadores no hubieran cubierto las entrañas del ruinoso reactor? ¿Dónde estaríamos todos si tres héroes anónimos no hubieran vaciado los contenedores de seguridad de debajo el reactor?